Domingo 22 Octubre 2023
Ofrecemos para este domingo la breve meditación preparada por la Dirección Nacional en Polonia, que ha redactado, a petición nuestra, los comentarios litúrgicos de todos los días del mes misionero de octubre de 2023, enviados por correo electrónico a los directores nacionales de las OMP para su uso en la animación misionera. Aprovecho la ocasión para agradecerles de nuevo este texto (con mucho agradecimiento a los traductores). La PUM ha añadido sugerencias útiles.
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario – Año A
San Juan Pablo II, Papa
Jornada Mundial de las Misiones 2023 (DOMUND)
Is 45,1.4-6;
Sal 95;
1Ts 1,1-5b;
Mt 22,15-21
En 1926, la Obra de Propagación de la Fe propuso al Papa Pío XI celebrar una jornada anual a favor de la actividad misionera de la Iglesia universal. La petición fue aceptada y se decidió que tuviera lugar cada penúltimo domingo de octubre: así comenzó la celebración anual de la Jornada Mundial de las Misiones. La cual pretende suscitar el compromiso misionero en cada bautizado, y suscitar el deseo de animación y colaboración misionera. Esto puede lograrse de dos maneras.
En primer lugar, recordando que, en los confines de la tierra, en las comunidades jóvenes y pobres de la Iglesia, viven nuestros hermanos y hermanas que, sin nuestra ayuda, no pueden hacer frente por sí solos a la escasez de sacerdotes, de capillas, de iglesias, a las enfermedades y al analfabetismo. Entre ellos, “en primera línea”, sirven miles de misioneros, a los que nosotros, como “misioneros en la retaguardia”, debemos ofrecer ayuda espiritual y material, porque estos “luchan por el Evangelio” también en nuestro nombre. San Pablo nos recuerda hoy que el anuncio del Evangelio no se realiza sólo con las fuerzas humanas, sino sobre todo con la fuerza del Espíritu Santo. Aquellos que llevan a Cristo necesitan su fuerza y su guía.
En segundo lugar, la Jornada Mundial de las Misiones es una oportunidad para renovar nuestra llamada bautismal a ser discípulos-misioneros, a ser aquellos que escuchan a Cristo y luego dan testimonio de él, dondequiera que Dios los coloque hoy, aquí y ahora. Esto no es fácil en el mundo actual. En tiempos de Jesús, Él mismo fue puesto a prueba con preguntas: ¿era más importante la ley secular o la fe de Israel? ¿Había que pagar impuestos al César para reconocerlo como autoridad o no?
Aún hoy hay muchos que nos ponen a prueba como discípulos de Jesús, y nos preguntan: “¿Qué viene de Dios y qué no? ¿Dónde está Dios en medio del sufrimiento del mundo?” Sin embargo, el discípulo misionero, fijando los ojos en su Salvador, recuerda que sólo Dios es el Señor. Es Él quien sostiene y protege no sólo a sus seguidores, sino a todos, incluso a los que aún no le conocen.
Recordemos que la Iglesia de Cristo no se limita a nuestra parroquia o país. Hagamos que nuestros hermanos y hermanas de los confines del mundo puedan disfrutar de la gracia de la fe. Apoyémosles siempre con nuestras oraciones y ofrendas.
Sugerencias útiles:
Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 18 de octubre de 2020
El Evangelio de este domingo (cfr. Mt 22,15-21) nos muestra a Jesús afrontando la hipocresía de sus adversarios. Ellos le hacen muchos cumplidos al principio, muchos cumplidos, pero a continuación le plantean una pregunta insidiosa para ponerlo en una situación difícil y desacreditarlo ante el pueblo.
Le preguntan: «¿Es lícito pagar tributo —es decir pagar los impuestos— al César, o no?» (v. 17). En aquel tiempo, en Palestina, el dominio del imperio romano era mal tolerado —y se comprende, ¡eran invasores!—, también por motivos religiosos. Para la población, el culto al emperador, subrayado incluso por su imagen en las monedas, era una injuria al Dios de Israel. Los interlocutores de Jesús están convencidos de que no existen más respuestas a su pregunta: o “sí” o “no”. Estaban esperando, precisamente porque con esta pregunta estaban seguros de acorralar a Jesús y hacerlo caer en su trampa. Pero Él conoce su malicia y se libra de la trampa. Les pide que le muestren la moneda del tributo —la moneda de los impuestos—, la toma en sus manos y pregunta de quién es la imagen impresa. Ellos responden que es del César, es decir, del emperador. Entonces Jesús replica: «Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (v. 21).
Y con esta respuesta, Jesús se sitúa por encima de la polémica. Jesús siempre más allá. Por una parte, reconoce que se debe pagar el tributo al César —también nosotros: hay que pagar los impuestos—, porque la imagen sobre la moneda es la suya; pero, sobre todo, recuerda que cada persona lleva en sí otra imagen —la llevamos en el corazón, en el alma—, la de Dios, y por tanto es a Él, y solo a Él, a quien cada uno debe la propia existencia, la propia vida.
En esta sentencia de Jesús no solo se encuentra el criterio para la distinción entre la esfera política y la religiosa, sino que de ella también emergen orientaciones claras para la misión de los creyentes de todos los tiempos, incluidos nosotros hoy. Pagar los impuestos es un deber de los ciudadanos, así como cumplir las leyes justas del Estado. Al mismo tiempo, es necesario afirmar la primacía de Dios en la vida humana y en la historia, respetando el derecho de Dios sobre todo lo que le pertenece. […]
Benedicto XVI, Santa Misa para la Nueva Evangelización, Homilía, Basílica Vaticana, Domingo, 16 de octubre de 2011
[…] La segunda lectura es el inicio de la Primera Carta a los Tesalonicenses, y esto ya es muy sugerente, pues se trata de la carta más antigua que nos ha llegado del mayor evangelizador de todos los tiempos, el apóstol san Pablo. Él nos dice ante todo que no se evangeliza de manera aislada: también él tenía de hecho como colaboradores a Silvano y Timoteo (cf. 1 Ts 1, 1), y a muchos otros. E inmediatamente añade otra cosa muy importante: que el anuncio siempre debe ir precedido, acompañado y seguido por la oración. En efecto, escribe: «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones» (v. 2). El Apóstol asegura que es bien consciente de que los miembros de la comunidad no han sido elegidos por él, sino por Dios: «él os ha elegido», afirma (v. 4). Todo misionero del Evangelio siempre debe tener presente esta verdad: es el Señor quien toca los corazones con su Palabra y su Espíritu, llamando a las personas a la fe y a la comunión en la Iglesia. […]
Nos detenemos ahora en el pasaje del Evangelio. Se trata del texto sobre la legitimidad del tributo que hay que pagar al César, que contiene la célebre respuesta de Jesús: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios» (Mt 22, 21). Pero antes de llegar a este punto, hay un pasaje que se puede referir a quienes tienen la misión de evangelizar. De hecho, los interlocutores de Jesús —discípulos de los fariseos y herodianos— se dirigen a él con palabras de aprecio, diciendo: «Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie» (v. 16). Precisamente esta afirmación, aunque brote de hipocresía, debe llamar nuestra atención. Los discípulos de los fariseos y los herodianos no creen en lo que dicen. Sólo lo afirman como una captatio benevolentiae para que los escuche, pero su corazón está muy lejos de esa verdad; más bien quieren tender una trampa a Jesús para poderlo acusar. Para nosotros en cambio, esa expresión es preciosa y verdadera: Jesús, en efecto, es sincero y enseña el camino de Dios según la verdad y no depende de nadie. Él mismo es este «camino de Dios», que nosotros estamos llamados a recorrer. Podemos recordar aquí las palabras de Jesús mismo, en el Evangelio de san Juan: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (14, 6). Es iluminador al respecto el comentario de san Agustín: «era necesario que Jesús dijera: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” porque, una vez conocido el camino, faltaba conocer la meta. El camino conducía a la verdad, conducía a la vida… y nosotros ¿a dónde vamos sino a él? y ¿por qué camino vamos sino por él?» (In Ioh 69, 2). Los nuevos evangelizadores están llamados a ser los primeros en avanzar por este camino que es Cristo, para dar a conocer a los demás la belleza del Evangelio que da la vida. […]
Una breve reflexión también sobre la cuestión central del tributo al César. […] Un autor anónimo escribe: «La imagen de Dios no está impresa en el oro, sino en el género humano. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad… Por tanto, da tu riqueza material al César, pero reserva a Dios la inocencia única de tu conciencia, donde se contempla a Dios… El César, en efecto, ha impreso su imagen en cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que él ha creado, para reflejar su gloria» (Anónimo, Obra incompleta sobre Mateo, Homilía 42). Y san Agustín utilizó muchas veces esta referencia en sus homilías: «Si el César reclama su propia imagen impresa en la moneda —afirma—, ¿no exigirá Dios del hombre la imagen divina esculpida en él? (En. in Ps., Salmo 94, 2). […]