Martes 24 Octubre 2023

24 octubre 2023

San Antonio María Claret, Obispo

Rm 5,12.15b.17-19.20b-21;

Sal 39;

Lc 12,35-38

 

Sólo Dios puede transformar la muerte en vida. Transformó la cruz de Cristo en la alegría de la resurrección. Las lágrimas de muchos hambrientos, abandonados, enfermos y esclavos del espíritu del mal fueron transformados en serenidad, paz y en la libertad de los hijos de Dios. Hoy, San Pablo nos recuerda esta extraordinaria paradoja de la acción de Dios. Curiosamente, el Apóstol de las Gentes no nos dice que después de la resurrección de Cristo todo el sufrimiento y el pecado desaparecerían del mundo. No promete el paraíso en la tierra. Más bien, nos recuerda que, tras el amanecer del Domingo de Resurrección, el mal y la muerte ya no tienen la última palabra y nunca más la tendrán. Donde abunda el pecado, abunda la gracia. Cuanto más se extravía el hombre, más sale Dios a su encuentro. Pero Él nunca rompe la libertad de las personas y nunca las obliga a la fe.

Para no perder a Dios, que sale a nuestro encuentro cada día, y recibir su gracia, debemos estar constantemente dispuestos. Cuando faltan la disponibilidad y la espera, es fácil ignorar o no reconocer los signos de la presencia y la acción de Dios.

Hoy, en la liturgia de la Iglesia, conmemoramos a San Antonio María Claret, gran obispo y misionero del siglo XIX, fundador de las tres familias religiosas y padre del Concilio Vaticano I, defensor del dogma de la infalibilidad papal. Aunque es una conmemoración opcional, la persona del Padre Claret encaja perfectamente en la Semana Misionera. Este incansable predicador del Evangelio, bajo de estatura, pero grande de espíritu, solía repetir que el amor de Cristo le inflamaba y le impulsaba a llevar el fuego de la fe al mundo entero. A menudo rezaba: “Concédeme, Señor, que te conozca y que, a través de mí, te conozcan los demás, que te ame y te haga amar y servir por todos...” Siempre estaba dispuesto a escuchar a Dios y llevarlo a los demás.

Que también se encienda en nosotros el deseo de llevar a Cristo a los demás con el ejemplo de vida, la oración y la colaboración misionera. Que estemos siempre preparados para el encuentro con Dios que siempre vence, que siempre tiene la última palabra y quiere concedernos las gracias, independientemente de nuestro comportamiento.