
Jueves 26 Octubre 2023
Rm 6,19-23;
Sal 1;
Lc 12,49-53
Jesús era muy consciente de que su enseñanza no era fácil y que despertaría la oposición y el rechazo de muchos. Esto es porque el Señor Dios hace una clara distinción entre lo que viene de Él y lo que viene del espíritu maligno. No a todo el mundo le gustan los requisitos tan claros. Por eso las palabras de Jesús en el pasaje del Evangelio de hoy no parecen coincidir con la idea que tenemos de Él.
¿De qué fuego habla Jesús? El comentario de la traducción de la Biblia de Jerusalén nos ofrece dos explicaciones. El fuego es el Espíritu Santo que purifica e inflama los corazones de las personas. Es el fuego que se encendió en la cruz. Tras las anteriores divisiones de la humanidad, este fuego inició la unidad. Este fuego es capaz de purificar el oro. Cristo trajo el fuego de la enseñanza de Dios a la tierra para purificar y quemar lo que no corresponde a la voluntad del Padre y que no sirve a la humanidad. Las exigencias del Evangelio no destruyen, sino que purifican, ennoblecen y dan valor.
Pero el fuego es también un símbolo de la guerra espiritual. Donde hay guerra, hay fuego. Jesús no quiere amenazarnos. Jesús nos advierte y nos prepara para esta guerra que libramos en nuestro interior contra nuestras debilidades, pecados e imperfecciones. Y también nos prepara para la guerra en la que entramos a formar parte, voluntaria o involuntariamente, cuando profesamos sincera y abiertamente nuestra fe en Cristo. No es raro que haya personas que luchen contra Cristo y la Iglesia. En muchas partes del mundo, todavía no hay libertad para profesar la propia fe, y confesar a Cristo equivale a ser encarcelado, acosado o incluso ejecutado. A veces, esta lucha también tiene lugar en nuestras cercanías inmediatas: familia, barrio, escuela, trabajo y otras. Jesús lo previó hace dos mil años. Pero siempre es su fuego el que vence, el fuego del Espíritu y de la Unidad, no el fuego beligerante de la destrucción. Especialmente ahora, en la Semana Misionera, pedimos a los cristianos que perseveren en la fidelidad, a pesar de la lucha que el mundo muchas veces emprende contra Cristo, el bien y la Iglesia.