Viernes 6 Octubre 2023
San Bruno, Sacerdote y monje
Bar 1,15-22;
Sal 78;
Lc 10,13-16
Hoy escuchamos palabras muy difíciles en el Evangelio. Cristo no maldice estas ciudades, son las personas que las habitan las que se excluyen de la Buena Noticia. El reino de Dios es una invitación de Dios hecha con amor y respeto a la libertad humana. Nunca hay que cruzar esta frontera (de amor y libertad) con las personas que buscan a Dios. La tarea del evangelizador es señalar al Mesías del Señor y no a sí mismo. Sodoma y Gomorra, mencionadas en las enseñanzas, son ejemplos de comunidades que se enamoraron de sí mismas, creyeron en el poder de los edificios de piedra y en la fuerza del ejército. No habían escuchado la advertencia de Dios que salió de los labios de los Profetas. Por eso, un bautizado de hoy también puede ser una persona piadosa, pero seguir centrado en sí mismo. Ser verdaderamente un discípulo de Jesús es ser un discípulo misionero. Este grito puede relacionarse con el grito del Apóstol San Pablo que dice: ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! (1Cor 9,16). Hoy este grito se dirige a todo bautizado, porque hay miles de millones de personas en el mundo que no conocen el evangelio de la vida. Nuestra humilde confesión a la hora del juicio será que hemos hecho poco o nada para que Jesús sea conocido y amado en el mundo. «El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización» (Evangelii Gaudium, n. 24).