Domingo 8 Octubre 2023

06 octubre 2023

XXVII Semana del Tiempo Ordinario – Año A

Santa Justina, virgen y mártir

Is 5,1-7;
Sal 79;
Fil 4,6-9;
Mt 21,33-43

Las personas en las relaciones suelen ser distantes y cautelosas. ¿Por qué? Porque la honestidad es muy arriesgada y peligrosa, y revelar el corazón a los demás suele ser difícil y doloroso.

En la historia de la vid que recibimos hoy, Dios se revela; descubre su debilidad, que es el amor por el hombre. A través de la imagen de la construcción del viñedo, muestra con qué cuidado y precisión aborda las relaciones con las personas, cuida cada detalle de la vida humana como un amigo que establece y construye un viñedo y se esfuerza por crear el lugar perfecto para que crezca la vid. Sin embargo, a pesar de estos grandes cuidados (buen lugar, cercado, torre de defensa, poda, riego...), al final la vid no da buenos frutos.

El plan de Dios para la vida del hombre es el mejor plan posible, pero a menudo es incomprensible para el hombre. Por eso, en el corazón humano suelen surgir la rebeldía, la oposición e incluso los reproches a Dios. Refiriéndonos a la Palabra de hoy, como la vid, a menudo reprochamos al agricultor: construiste una cerca y torres, es decir, quisiste limitarme, me quitaste mi libertad; podaste los sarmientos, es decir, me hiciste daño constantemente; limpiaste la viña, es decir, quitaste de mi vida lo que me apegaba, lo que estaba cerca de mí, me robaste el placer. Enviaste la lluvia cuando quería el sol, es decir, me quitaste los sueños y los deseos.... El hombre aspira a vivir como si Dios no existiera, según su propio plan de vida. Pero ¿qué ocurrirá con un viñedo si el agricultor no lo cerca, lo riega y cuida de la vid? Lo rastrillarán y lo pisotearán.

 

Sugerencias útiles:

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 8 de octubre de 2017

La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los viñadores, a los que el jefe confía la viña que había plantado y después se va (cf Mt 21, 33-43). Así se pone a prueba la lealtad de estos viñadores: la viña está confiada a ellos, que deben custodiarla, hacerla fructificar y entregar al jefe lo que se recoja. Llegado el tiempo de la vendimia, el jefe manda a sus siervos a recoger los frutos. Pero los viñadores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples gestores, sino propietarios y se niegan a entregar lo que han recogido. Maltratan a los siervos hasta matarlos.

El jefe se muestra paciente con ellos: manda a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo. Al final, con paciencia, decide mandar a su propio hijo; pero aquellos viñadores, prisioneros de su comportamiento posesivo, matan también al hijo pensando que así habrían tenido la herencia.

Esta historia ilustra de manera alegórica los reproches que los profetas habían hecho sobre la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la que también nos llamó a participar. Pero esta historia de alianza, como cada historia de amor, conoce sus momentos positivos, pero está marcada también por traiciones y desprecios.

Para hacer entender cómo Dios Padre responde a los desprecios opuestos a su amor y a su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en boca del jefe de la viña una pregunta: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (v. 40). Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios por el comportamiento perverso de los hombres no es la última palabra. Está aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga! […]

La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original en la fe cristiana. Esta no es tanto la suma de preceptos y de normas morales como, ante todo, una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús hizo y continúa haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. […]

Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo, 4 de octubre de 2020

[…] La imagen de la viña es clara, representa al pueblo que el Señor ha elegido y formado con tanto cuidado; los siervos mandados por el propietario son los profetas, enviados por Dios, mientras que el hijo es una figura de Jesús. Y así como fueron rechazados los profetas, también Cristo fue rechazado y asesinado.

Al final del relato, Jesús pregunta a los jefes del pueblo: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (v. 40). Y ellos, llevados por la lógica del relato, pronuncian su propia condena: el dueño —dicen— castigará severamente a esos malvados y «arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo» (v. 41).

Con esta dura parábola, Jesús pone a sus interlocutores frente a su responsabilidad, y lo hace con extrema claridad. Pero no pensemos que esta advertencia valga solamente para los que rechazaron a Jesús en aquella época. Vale para todos los tiempos, incluido el nuestro. También hoy Dios espera los frutos de su viña de aquellos que ha enviado a trabajar en ella. A todos nosotros.

En cada época, los que tienen autoridad, cualquier autoridad, incluso en la Iglesia, en el pueblo de Dios pueden sentir la tentación de seguir su propio interés en lugar del de Dios. Y Jesús dice que la verdadera autoridad se cumple cuando se presta servicio, está en servir, no en explotar a los demás. La viña es del Señor, no nuestra. La autoridad es un servicio, y como tal debe ser ejercida, para el bien de todos y para la difusión del Evangelio. Es muy feo cuando en la Iglesia se ve que las personas que tienen autoridad buscan el proprio interés.