
Domingo 1 Octubre 2023
XXVI Semana del Tiempo Ordinario – Año A
Santa Teresa del Niño Jesús, Virgen y Doctora de la Iglesia
Ez 18,25-28;
Sal 23;
Fil 2,1-11;
Mt 21,28-32
COMENTARIO BÍBLICO-MISIONERO
Comenzamos el mes de octubre, tradicionalmente conocido en la Iglesia como el mes misionero, y que orienta nuestro pensamiento hacia Jesús, el Salvador del mundo. Buscar a todo ser humano, incluso al más perdido, al más sordo, al que se cierra a la acción del Espíritu Santo es propio de la voluntad de Dios. En el evangelio de hoy, el propio Señor Jesús llama la atención sobre el cumplimiento de la voluntad de Dios y la lucha contra uno mismo. No es fácil escuchar la voz de Dios experimentada por los profetas. La lucha por la propia santidad es cosa de grandes personas, como Teresa del Niño Jesús, Pablo Manna o Paulina María Jaricot. Hoy, todos necesitamos de una fe fuerte en el Salvador y redescubrir el compromiso por la misión. No hay tiempo para reflexiones teóricas o debates sobre la reforma de algo sobre lo que no tenemos ninguna influencia. Podemos decir a Dios: creo en ti, ocúpate del resto. Dios espera nuestra decisión, poniéndose del lado de la vida. A menudo somos nosotros mismos los que frenamos el entusiasmo de los demás, los que criticamos las decisiones de los superiores eclesiásticos, los que nos asustamos cuando miramos a los jóvenes alejados de la Iglesia o pensamos en la falta de vocaciones. Intentemos transformar estos pensamientos en una actividad evangelizadora, lo que implica, en primer lugar, escuchar la voz de Dios que habla constantemente. Escuchemos, busquemos a Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿Dónde puedo escucharlo? Dios nos invita a ser sus testigos hasta los confines de la tierra. Esto lo podemos realizar en nuestra vida, también con nuestra familia.
Sugerencias útiles:
Papa Francisco, Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 27 de septiembre de 2020
Con su predicación sobre el Reino de Dios, Jesús se opone a una religiosidad que no involucra la vida humana, que no interpela la conciencia y su responsabilidad frente al bien y al mal. Lo demuestra también con la parábola de los dos hijos, que es propuesta en el Evangelio de Mateo (cfr. 21, 28-32). […]
Los exponentes de esta religiosidad “de fachada”, que Jesús desaprueba, eran en aquella época «los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo» (Mt 21, 23), los cuales, según la admonición del Señor, en el Reino de Dios serán superados por los publicanos y las rameras (cfr. v. 31). […]
Jesús no señala a los publicanos y las prostitutas como modelos de vida, sino como “privilegiados de la Gracia”. […] porque la conversión siempre es una gracia. Una gracia que Dios ofrece a todo aquel que se abre y se convierte a Él. De hecho, estas personas, escuchando su predicación, se arrepintieron y cambiaron de vida. […]
Dios es paciente con cada uno de nosotros: no se cansa, no desiste después de nuestro «no»; nos deja libres también de alejarnos de Él y de equivocarnos. […] Y espera ansiosamente nuestro «sí», para acogernos nuevamente entre sus brazos paternos y colmarnos de su misericordia sin límites. La fe en Dios pide renovar cada día la elección del bien respecto al mal, la elección de la verdad respecto a la mentira, la elección del amor del prójimo respecto al egoísmo. Quien se convierte a esta elección, después de haber experimentado el pecado, encontrará los primeros lugares en el Reino de los cielos, donde hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos (cfr. Lc 15, 7).
[…] El Evangelio de hoy cuestiona la forma de vivir la vida cristiana, que no está hecha de sueños y bonitas aspiraciones, sino de compromisos concretos, para abrirnos siempre a la voluntad de Dios y al amor hacia los hermanos. Pero esto, también el compromiso concreto más pequeño, no se puede hacer sin la gracia. La conversión es una gracia que debemos pedir siempre: “Señor dame la gracia de mejorar. Dame la gracia de ser un buen cristiano”.
Benedicto XVI, Viaje Apostólico a Alemania, 22-25 de septiembre de 2011, Homilía, Domingo, 25 de septiembre de 2011
[…] Jesús retoma en el Evangelio este tema fundamental de la predicación profética. Narra la parábola de los dos hijos enviados por el padre a trabajar en la viña. El primer hijo responde: “«No quiero». Pero después se arrepintió y fue” (Mt 21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: “«Voy, señor». Pero no fue” (Mt 21, 30). A la pregunta de Jesús sobre quién de los dos ha hecho la voluntad del padre, los que le escuchaban responden justamente: “El primero” (Mt 21, 31). El mensaje de la parábola está claro: no cuentan las palabras, sino las obras, los hechos de conversión y de fe. […]
En el Evangelio de este domingo —lo hemos oído— se habla de dos hijos, pero tras los cuales hay misteriosamente un tercero. El primer hijo dice no, pero después hace lo que se le ordena. El segundo dice sí, pero no cumple la voluntad del padre. El tercero dice “sí” y hace lo que se le ordena. Este tercer hijo es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos ha reunido a todos aquí. Jesús, entrando en el mundo, dijo: “He aquí que vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hb 10, 7). Este “sí”, no solamente lo pronunció, sino que también lo cumplió y lo sufrió hasta en la muerte. En el himno cristológico de la segunda lectura se dice: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8). Jesús ha cumplido la voluntad del Padre en humildad y obediencia, ha muerto en la cruz por sus hermanos y hermanas —por nosotros— y nos ha redimido de nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por su sacrificio, doblemos las rodillas ante su Nombre y proclamemos junto con los discípulos de la primera generación: “Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10).
Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, Christifideles Laici
[…] La parábola evangélica despliega ante nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas, hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo en ella. La viña es el mundo entero (cf. Mt 13, 38), que debe ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del Reino de Dios. […]
Estados de vida y vocaciones
55. Obreros de la viña son todos los miembros del Pueblo de Dios: los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los fieles laicos, todos a la vez objeto y sujeto de la comunión de la Iglesia y de la participación en su misión de salvación. Todos y cada uno trabajamos en la única y común viña del Señor con carismas y ministerios diversos y complementarios.
Ya en el plano del ser, antes todavía que en el del obrar, los cristianos son sarmientos de la única vid fecunda que es Cristo; son miembros vivos del único Cuerpo del Señor edificado en la fuerza del Espíritu. […]
Descubrir y vivir la propia vocación y misión
58. […] En la vida de cada fiel laico hay además momentos particularmente significativos y decisivos para discernir la llamada de Dios y para acoger la misión que Él confía. Entre ellos están los momentos de la adolescencia y de la juventud. Sin embargo, nadie puede olvidar que el Señor, como el dueño con los obreros de la viña, llama —en el sentido de hacer concreta y precisa su santa voluntad— a todas las horas de la vida: por eso la vigilancia, como atención solícita a la voz de Dios, es una actitud fundamental y permanente del discípulo.
De todos modos, no se trata sólo de saber lo que Dios quiere de nosotros, de cada uno de nosotros en las diversas situaciones de la vida. Es necesario hacer lo que Dios quiere: así como nos lo recuerdan las palabras de María, la Madre de Jesús, dirigiéndose a los sirvientes de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5). Y para actuar con fidelidad a la voluntad de Dios hay que ser capaz y hacerse cada vez más capaz. Desde luego, con la gracia del Señor, que no falta nunca. […]