
13 de octubre de 2021 - Miércoles, 28ª Semana del Tiempo Ordinario
Rm 2, 1-11
Sal 61
Lc 11, 42-46
En la primera lectura vemos que, tras enumerar los errores de los paganos, San Pablo se vuelve hacia los judíos. Ellos también son culpables, porque hacen las mismas cosas reprensibles que los paganos y, además, los juzgan. Aunque el juicio de Dios tarda en llegar a la espera del arrepentimiento de los hombres, llegará de todos modos, y cada uno será juzgado de acuerdo al bien o al mal realizado, ya sea judío o pagano, porque Dios no hace preferencia de personas.
Tú que te eriges en juez, sea quien seas, no tienes excusa, pues, al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque haces las mismas cosas, tú que juzgas. Sabemos que el juicio de Dios contra los que hacen estas cosas es según verdad.
¿Piensas acaso, tú que juzgas a los que hacen estas cosas pero actúas del mismo modo, que vas a escapar del juicio divino? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que la bondad de Dios te lleva a la conversión? Con tu corazón duro e impenitente te estás acumulando cólera para el día de la ira, en que se revelará el justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia.
Tribulación y angustia sobre todo ser humano que haga el mal, primero sobre el judío, pero también sobre el griego; gloria, honor y paz para todo el que haga el bien, primero para el judío, pero también para el griego; porque en Dios no hay acepción de personas.
El salmo responsorial es la confesión confiada del humilde, que consciente de su debilidad, se refugia completamente en Dios. El orante se siente seguro, porque no confía en sí mismo, sino solo en el Señor. Es por eso que invita al pueblo a confiar en Dios y a abrir sus corazones con la seguridad de poder contar con su misericordia y justicia:
Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. Descansa sólo en Dios, alma mía, porque él es mi esperanza; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré. Pueblo suyo, confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón: Dios es nuestro refugio.
En el Evangelio, Jesús, cuatro veces, pronuncia sus terribles “ay de vosotros” ante los fariseos y los doctores de la ley, denunciando su hipocresía:
¡Ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello (Lc 11, 42).
Con sus reproches, Jesús declara cuáles son los verdaderos valores de la religión: la justicia, el amor a Dios y al prójimo, la humildad, el testimonio coherente de la vida:
¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo! […] ¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos! (Lc 11, 43-46).
Estos reproches desenmascaran también nuestras duplicidades, nuestras hipocresías y nos ayudan a seguir la invitación del Salmo 61, que acabamos de leer: “derramad ante él vuestro corazón, ¡Dios es nuestro refugio!”. A la luz de la verdad de nuestra miseria, purificada y sanada por la misericordia de Dios, recibimos la salvación.
¡Incluso en la larga historia del cristianismo hay muchos casos de traición e infidelidad! Esta constatación debe entristecernos, pero no desanimarnos, porque los ejemplos de lealtad y donación total son mucho más numerosos, lo que consuela, fortalece y estimula el compromiso diario de cada bautizado y lo ayudan a levantarse de las posibles caídas.
Tal fue la vida y el testimonio de San Damián de Veuster, sacerdote misionero belga perteneciente a la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María (o Picpus), una orden religiosa que se ocupaba sobre todo de misiones en Oceanía y en tierras lejanas. Una vez llegado a Hawái, la vocación de Damián se hizo aún más intensa ante el drama de la lepra que se había extendido en el archipiélago en aquellos años. Todos los leprosos habían sido confinados en una de las islas más pequeñas, Molokái, y Damián dio su vida para consolar a aquella pobre gente. Damián, el apóstol de los leprosos, murió en Molokái en 1889. A continuación, proponemos una carta, escrita un año y medio antes de su muerte a su hermano, en la que se vislumbra que su mayor alegría era servir al Señor en sus hijos pobres y enfermos.
Carta XXVIII, Molokái, 9 de noviembre de 1887 (a su hermano Pamphile).
Mi querido hermano: Habiendo llegado a mí noticia que algunos periódicos de Bélgica han anunciado la muerte de tu desterrado hermano, he supuesto que esa era la razón por la cual no me escribías más. Desgraciadamente el Dios Todopoderoso no se ha dignado sacarme de este miserable mundo y así, heme aquí un hombre casi inútil al presente y no sé cuántos años seguiré en la misma forma. Sin embargo, continúo cumpliendo con mis cotidianas ocupaciones, pues nuestro Divino Salvador ha tenido a bien confiarme el bien espiritual de estos infelices leprosos desterrados en Molokái. Como tú ya sabes, hace tiempo la Divina Providencia me escogió también a mí como víctima de esta repugnante enfermedad.
Yo espero que he de poder llegar a agradecer a Dios eternamente tan inmenso favor; pues me parece que esta enfermedad ha de abreviar un tanto y aun ha de hacer más recta la senda que conduce a la patria celestial. Siendo esta mi esperanza, he aceptado la enfermedad como una cruz especial que procuro llevar, como Simón Cirineo en pos de nuestro Divino Maestro. Ayúdame con tus oraciones buenas y fervorosas a alcanzar la perseverancia en este camino, hasta que logre llegar con toda felicidad a la cima del Calvario.
Aunque la lepra ha hecho presa en mi cuerpo de modo tan terrible y me ha desfigurado ya algo, sigo tan robusto y fuerte como siempre, habiendo desaparecido el dolor que sentía en los pies. Como la lepra no se ha cebado aún en mis manos continúo diciendo Misa todos los días. Este privilegio constituye mi mayor consuelo, tanto por lo que a mí se refiere, como por el beneficio que reporta a mis numerosos compañeros de sufrimiento, quienes todos los domingos llegan a llenar completamente mis dos iglesias, en las cuales tengo reservado de modo permanente el Santísimo Sacramento. Tengo aquí, viviendo conmigo, unos cincuenta niños huérfanos, los que, en mis ratos libres me proporcionan mucha ocupación. La muerte ha hecho bajar aquí el número de los leprosos unos quinientos, aproximadamente; pero el Gobierno nos está enviando otros nuevos por docenas, cada semana, siendo de esperar que nuestro número ha de llegar en breve, a duplicarse y aun a triplicarse, y por consiguiente, si el Dios Todopoderoso me conserva las fuerzas, tendré que trabajar más y más al hacer la recolección de las pobres almas de aquellos leprosos que alcanzan la gracia de la conversión […].
Hago cuanto está de mi parte por regar y cultivar el campo que mi Divino Salvador ha puesto a mi cuidado. Poquito a poco voy quitando por aquí y por allá la mala hierba, pero para alcanzar el fruto de la conversión necesito, de modo especial, las oraciones de las almas devotas y compasivas. Así que, al no poder venir tú en persona a ayudarme en esta misión excepcional, procura hacerlo rezando y haciendo rezar por nosotros.
(La carta continúa con el adjunto siguiente).
16 de noviembre.
Continúo siendo el único sacerdote que hay en Molokái. El padre Columbano Beissel, y últimamente el padre Wendelin Mullers, son los únicos a quienes he visto en dieciséis meses. Como tengo mucho trabajo, el tiempo siempre me parece poco. El gozo y la alegría íntima con que me favorecen los Sagrados Corazones hacen que me considere como el más feliz de los misioneros de todo el mundo. Por consiguiente, el sacrificio de mi salud que Nuestro Señor se ha dignado aceptar para que sea más fructífero para mi ministerio entre los leprosos, resulta, después de todo, un asunto fácil, y hasta muy provechoso para mí. Así que me atrevo a decir, con San Pablo, ‘Estoy muerto y mi vida está escondida con Cristo en Dios’ […].
Tu hermano Jozef Damien de Veuster.
(American Dream. In viaggio con i santi americani, M. S. Caesar (cur.), P. Rossotti (cur.), Marietti 1820, Genova 2016, pp. 164-166)