
20 de octubre de 2021 - Miércoles, 29ª Semana del Tiempo Ordinario
Rm 6, 12-18
Sal 123
Lc 12, 39-48
Hermanos, que el pecado no siga reinando en vuestro cuerpo mortal, sometiéndoos a sus deseos; no pongáis vuestros miembros al servicio del pecado, como instrumentos de injusticia; antes bien, ofreceos a Dios como quienes han vuelto a la vida desde la muerte, y poned vuestros miembros al servicio de Dios, como instrumentos de la justicia. Porque el pecado no ejercerá su dominio sobre vosotros: pues no estáis bajo ley, sino bajo gracia.
Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, puesto que no estamos bajo ley, sino bajo gracia? ¡En absoluto! ¿No sabéis que, cuando os ofrecéis a alguien como esclavos para obedecerlo, os hacéis esclavos de aquel a quien obedecéis: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?
Pero gracias sean dadas a Dios, porque erais esclavos del pecado, mas habéis obedecido de corazón al modelo de doctrina al que fuisteis entregados; liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia (Rm 6, 12-18).
La libertad cristiana nos libera del pecado, haciéndonos siervos de Dios: se trata de una verdadera liberación, porque el pecado nos lleva a la muerte. Sin embargo, esta liberación se nos ofrece no para dejarnos vivir a nuestra voluntad, sino para convertirnos en “esclavos de la justicia”.
La nueva vida que nos dio Cristo está por encima de la vida natural, pero no la anula: la lucha entre el bien y el mal sigue siendo una realidad. Incluso la muerte natural no se suprime. Entonces, ¿qué hay de novedad? En la lucha entre pecado y justicia, entre muerte y vida, Cristo nos ha hecho capaces de tomar partido por el lado correcto, siempre en una actitud de servicio, y de vencer la batalla, porque Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra. La verdadera libertad del pecado es el servicio de Dios:
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte – que lo diga Israel –, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros. Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas impetuosas. Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes. Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
El salmo responsorial no necesita comentarios: Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes. Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos.
El evangelio nos ofrece una imagen concreta de lo que significa el servicio de Dios y la servidumbre del pecado:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Pedro le dijo: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: Mi señor tarda en llegar, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».
La salvación que nos trae Cristo requiere nuestra colaboración y vigilancia: nuestra existencia terrena se desarrolla como un servicio y una espera. No somos los amos, solo somos sirvientes, que deben administrar bien la casa y guiar el servicio de los otros sirvientes, en espera del regreso del amo.
Si el amo tarda en llegar, nosotros que hemos sido llamados a un servicio gratuito y amoroso, podríamos volvernos esclavos de nuestros antojos y ya no reconocer en la espera una presencia oculta pero real de aquel al que esperamos. ¡Nuestros hermanos, que sirven junto a nosotros, tienen necesidad de recibir a su debido tiempo la ración de comida que se merecen, no las palizas! La espera de aquel al que amamos, y que siempre debe estar presente en la mente y en el corazón, es incompatible por nuestra parte con el exceso en el comer y beber y con emborracharse. Como bien dice San Pablo en la Epístola:
No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, no sea que le obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad; antes bien, presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia (Romanos 6, 12-13).
Tenemos una única alternativa: ¡o siervos del pecado por la muerte o siervos de Dios por la vida!
Un ejemplo muy evidente de servicio auténtico al Señor y de una espera concreta de su vuelta nos lo ha ofrecido en tiempos recientes la Madre Teresa de Calcuta, cuyo ejemplo de vida entregada se ha convertido en una referencia para creyentes y no creyentes y en una presentación auténtica del apostolado misionero.
En su vida y en su enseñanza, tenía una grandísima importancia el apostolado de la sonrisa, aparentemente tan sencillo de ofrecer a los que nos son cercanos, pero que, en algunas circunstancias, puede resultar sumamente difícil:
Mantengamos en nuestros corazones esa alegría de amar a Jesús. Y compartamos esa alegría con todos los que entremos en contacto. Esa alegría irradiadora es real, porque, teniendo a Cristo con nosotros, no tenemos razón alguna para no ser felices.
Cristo en nuestros corazones, Cristo en los pobres que encontramos, Cristo en la sonrisa que damos y en la que recibimos. Hagamos este propósito: Que ningún niño sea un niño no deseado, y que también tengamos una sonrisa cada vez que nos encontremos los unos con los otros, especialmente cuando sea difícil sonreír.
Nunca lo olvidaré: hace un tiempo catorce profesores vinieron de Estados Unidos de diferentes universidades. Y vinieron a Calcuta a nuestra casa. Conversamos sobre que habían estado en la casa del moribundo, […] y vinieron a nuestra casa y hablamos de amor, de compasión, y uno de ellos me preguntó: ‘Por favor, Madre, díganos algo que poder conservar como recuerdo’. Le dije: ‘Sonreíd los unos a los otros, dedicad tiempo los unos a los otros en vuestras familias’.
Y luego otro me preguntó: ‘¿Está casada?’. Y yo dije: ‘Sí, y a veces me resulta muy difícil sonreír a Jesús porque en ocasiones puede ser muy exigente’. Es verdad, y ahí es donde viene el amor, cuando es exigente y, sin embargo, podemos dárselo con alegría […].
Creo que debemos vivir la vida bellamente, tenemos a Jesús con nosotros y Él nos ama. Si tan solo pudiéramos recordar que Dios me ama, y tengo la oportunidad de amar a los demás como Él me ama, no en las cosas grandes, sino en las pequeñas, con gran amor, entonces Noruega se convertiría en un nido de amor. Y qué hermoso será que desde aquí se dé un impulso a la paz. Que de aquí salga la alegría de la vida del niño no nacido. Si te conviertes en una luz ardiente de paz en el mundo, entonces de verdad que el Premio Nobel de la Paz es un regalo del pueblo noruego. ¡Dios les bendiga!.
(Palabras pronunciadas por la Madre Teresa en Oslo, el 11 de diciembre de 1979, al día siguiente de recibir el Premio Nobel de la Paz).
A un periodista que le preguntaba:
«¿Qué debemos hacer cuando el sufrimiento nos visita?», respondía: «Aceptarlo con una sonrisa». «¿Aceptarlo con una sonrisa?». «Sí, con una sonrisa. Porque es el mayor regalo que Dios nos da». «¿Qué? ¿Sonreír?». «Sonríe a Dios, ten el valor de aceptar todo lo que nos manda, y pide y dar aquello que Él nos quita con una sonrisa generosa».
(Entrevista realizada el 15 de enero de 1973 por Ralf Rolls para un programa educativo de la BBC, titulado Belief and life).