
24 de octubre de 2021 - Jornada Mundial de las Misiones 2021
Domingo, 30ª Semana del Tiempo Ordinario – Año B
Jer 31, 7-9
Sal 125
Heb 5, 1-6
Mc 10, 46-52
El tema principal de este domingo es, por un lado, la compasión de Dios, su amor paterno que en la antigua alianza, ayuda a su pueblo y lo guía a la salvación y, en la nueva alianza, salva al mundo a través del único mediador Cristo Jesús. Por otro lado, la conciencia de la pobreza humana, que clama al Señor en busca de misericordia y ayuda.
En la primera lectura del profeta Jeremías, el Señor enfatiza que, en la gran muchedumbre que trae de regreso del exilio babilónico, hay ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas, es decir, los más necesitados, los que tienen mayor necesidad de ayuda divina, porque no se olvida de nadie.
Todo el pueblo de los deportados había partido en medio del llanto, en situación de servidumbre y de lejanía de la patria y del templo. Ahora Dios, en cambio, asegura que todos, fuertes y débiles, volverán entre consuelos: los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito:
Esto dice el Señor: «Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por la flor de los pueblos; proclamad, alabad y decid: ¡El Señor ha salvado a su pueblo, ha salvado al resto de Israel! Los traeré del país del norte, los reuniré de los confines de la tierra. Entre ellos habrá ciegos y cojos, lo mismo preñadas que paridas: volverá una enorme multitud. Vendrán todos llorando y yo los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito».
El salmo responsorial, escrito después de volver a casa y después de las decepciones por las nuevas dificultades que surgen, recuerda la inesperada alegría de la vuelta:
Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos». El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Ha estado… El Señor nos había obrado milagros, pero ahora estamos de nuevo en las garras de la contrariedad y el sufrimiento. Sin embargo, nuestra esperanza no falla, y por eso gritamos hacia ti porque solo tú nos puedes salvar:
Recoge, Señor, a nuestros cautivos como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
Escribe el Papa Francisco en su Mensaje a las Obras Misionales Pontificias del 21 de mayo de 2020:
La alegría de anunciar el Evangelio brilla siempre sobre el fondo de una memoria agradecida. Los apóstoles nunca olvidaron el momento en el que Jesús les tocó el corazón: «Era como la hora décima» (Jn 1, 39). El acontecimiento de la Iglesia resplandece cuando en él se manifiesta el agradecimiento por la iniciativa gratuita de Dios, porque «Él nos amó» primero (1 Jn 4, 10), porque «fue Dios quien hizo crecer» (1 Co 3, 6). La predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. No es posible ‘asombrarse a la fuerza’. Sólo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en ‘estado de misión’ es un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre. Si no se percibe la predilección del Señor, que nos hace agradecidos, incluso el conocimiento de la verdad y el conocimiento mismo de Dios —ostentados como posesión que hay que adquirir con las propias fuerzas— se convertirían, de hecho, en ‘letra que mata’ (cf. 2 Co 3, 6), como demostraron por vez primera san Pablo y san Agustín. Sólo en la libertad del agradecimiento se conoce verdaderamente al Señor. Y resulta inútil —y, más que nada, inapropiado— insistir en presentar la misión y el anuncio del Evangelio como si fueran un deber vinculante, una especie de ‘obligación contractual’ de los bautizados.
La segunda lectura nos presenta a Jesús a quien Dios Padre dice: “Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy… Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec”. Se ha revestido de nuestra debilidad y por eso mismo puede sentir compasión y ser un mediador eficaz - el único verdadero Mediador - entre Dios y los hombres, habiéndose hecho carne para redimirnos de nuestros pecados.
Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad. A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón. Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy»; o, como dice en otro pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».
Podemos recurrir a Jesús, que conoce nuestras pruebas y nuestras miserias, gritando: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Y si las circunstancias o las personas intentan que dejemos de gritar, podemos gritar aún más fuerte, porque seguramente Él nos hará llamar y nuestra fe nos salvará:
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «“Rabbuní”, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Hoy se propone la lectura del Mensaje del Santo Padre Francisco para Jornada Mundial de las Misiones 2021.