5 de octubre de 2021, Memoria libre de Santa María Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia

05 octubre 2021

Martes, 27ª Semana del Tiempo Ordinario

Jon 3, 1-10

Sal 129

Lc 10, 38-42

El Señor dirigió la palabra por segunda vez a Jonás. Le dijo así: «Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré». Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando: «Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada» (Jon 3, 1-4).

Jonás obedece finalmente al Señor y anuncia la destrucción de la ciudad, usando las palabras que Dios le sugiere. Pero el profeta no sabe que incluso las amenazas más terribles del Señor son solo la expresión de su voluntad de salvación y buscan convertir el corazón de los ninivitas. La continuación del relato, sin embargo, demuestra que el profeta no solo creía en la realidad de la amenaza, sino que también deseaba que se hiciera realidad.

En cambio, tiene lugar el milagro: aunque ignorantes de los mandamientos de Dios, aunque extranjeros y grandes pecadores, ¡los ninivitas se convierten!

Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor. La noticia llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó de su trono, se despojó del manto real, se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo. Después ordenó proclamar en Nínive este anuncio de parte del rey y de sus ministros: «Que hombres y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni beban agua. Que hombres y animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios con ardor. Que cada cual se convierta de su mal camino y abandone la violencia. ¡Quién sabe si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá de su violenta ira y no nos destruirá!». Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó (Jon 3, 5-10).

El rápido arrepentimiento de los ciudadanos, la penitencia que se impone incluso el rey, el hecho de que incluso los animales deban cubrirse de sayal y participar en el ayuno de los habitantes, dan testimonio del carácter novelesco y didáctico del pequeño libro, que debe mostrar la infinita misericordia del Señor hacia todos, exagerando y dando color a las situaciones y poniendo énfasis en la estrechez de mente del profeta: de hecho, en la alegoría, todos, incluso si no lo conocen, tienen temor de Dios y están dispuestos a convertirse, excepto Jonás, que sigue preso de su terquedad y su susceptibilidad, descritas por el autor sagrado con mucha ironía y con una maestría literaria simpática y atractiva.

El salmo responsorial es el De profundis, el canto de las ascensiones, que es una de las obras maestras del Salterio, que nunca se deja de admirar y meditar, porque te lleva a la profundidad del misterio del corazón humano, donde conviven el absurdo y la miseria del pecado y la tensión hacia el bien que, sin la ayuda de Dios, parece inalcanzable. San Pablo había descrito admirablemente el drama del hombre caído:

Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (Rm 7,18-19).

Y San Agustín, reflexionando sobre los límites humanos, reitera:

Aquí puedo estar y no quiero; allí quiero y no puedo. Infeliz en ambos casos (Confesiones, Libro Décimo, 40).

Desde lo más profundo grito a ti, Yahveh: ¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas! Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh, ¿quién, Señor, resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido. Aguarde Israel a Yahveh. Porque con Yahveh está el amor, junto a él abundancia de rescate; él rescatará a Israel de todas sus culpas (Sal 129).

El evangelio de la celebración eucarística de hoy, dado que seguimos la lectura continuada del texto de San Lucas, nos presenta un episodio que está lejos de las otras lecturas de la Misa y, aparentemente, no tiene relación con ellas.

Estamos en Betania, en la casa de Marta, María y Lázaro. Jesús va camino de Jerusalén con sus discípulos y entra en esta casa amiga.

Poco antes le había explicado al doctor de la ley que el prójimo es aquel de quien nosotros mismos nos hacemos prójimos. También Jesús necesita que alguien se le haga “prójimo”. También Él tiene necesidad, no solo de refrescarse, sino también de encontrar afecto, descanso y atención amorosa. María se sienta a sus pies y está atenta a sus labios, mientras que Marta, que piensa en la comida y en otros deberes hacia los numerosos huéspedes, “estaba atareada en muchos quehaceres”, algo fácil de entender ante la situación en que se encuentra:

Acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 40-42).

La escena evangélica ha hecho correr ríos de tinta que, a lo largo de la historia, han interpretado a las personas y la situación de manera alegórica o realista. Además, el Evangelio no nos dice cómo terminó realmente. Tal vez María se levantó para ayudar a Marta en los preparativos de la comida o de la cena, o quizás Marta, tras la benévola reprimenda de Jesús, terminó rápido sus preparativos para irse a sentar a sus pies. Lo que es seguro es que Jesús, al darle la razón a María, ayuda a Marta a que considere más importante y mejor la escucha de su palabra que cualquier otra ocupación material, incluso necesaria.

Es fácil constar que las dos hermanas tenían un temperamento muy diferente; Marta se parecía un poco al profeta Jonás, que quería cuadrar todas las cosas a su forma de pensar. María, prendida de su amor al Maestro, no se daba cuenta de las necesidades materiales del momento. También en el capítulo 11 del Evangelio de Juan, en el que se narra la resurrección de Lázaro, vemos que el comportamiento de las dos hermanas es muy diferente: Marta, emprendedora y decidida; María, más tímida y reflexiva.

Incluso en la propia familia, no es fácil hacernos “prójimos” de nuestros hermanos y hermanas. Los primeros paganos a convertir somos nosotros mismos; las primeras personas a soportar y a ayudar a que nos soporten son las de nuestra casa.

En el Evangelio de Juan, en el episodio de la resurrección de Lázaro, hay un versículo que nos permite reunir nuestras diferencias en la unidad, haciéndonos superar y perdonar las asperezas de los contrastes: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11, 5), así como amaba a los habitantes de Nínive y también a su profeta Jonás, cicatero y encerrado en la estrechez de sus concepciones religiosas.

Santa María Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, cuya memoria litúrgica libre se celebra hoy, nos ofrece la clave para unificar las lecturas de hoy e infundir coraje en la búsqueda inquieta de la humanidad en camino. En su diario, registra las palabras de Jesús, a quien escuchó interiormente mientras oraba:

La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a mi misericordia.

Oh, cuánto me hiere la desconfianza del alma. Esta alma reconoce que soy santo y justo, y no cree que Yo soy la Misericordia, no confía en mi bondad. También los demonios admiran mi justicia, pero no creen en mi bondad.

Mi corazón se alegra de este título de misericordia.

Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de mis manos están coronadas por la misericordia (Cfr. Diario, 300-301).

La santa no puede hacer otra cosa que responder:

Oh Amor Eterno, deseo que te conozcan todas las almas que has creado. Desearía hacerme sacerdote, para hablar incesantemente de tu misericordia a las almas pecadoras, hundidas en la desesperación. Desearía ser misionera y llevar la luz de la fe a los países salvajes para darte a conocer a las almas y morir en el martirio, sacrificada por ellas como Tú has muerto por mí y por ellas. Oh Jesús, sé perfectamente que puedo ser sacerdote, misionera y predicadora, puedo morir en el martirio anonadándome totalmente y negándome a mí misma por el amor hacia Ti, Jesús, y hacia las almas inmortales. Un gran amor sabe transformar las cosas pequeñas en cosas grandes y solamente el amor da valor a nuestras acciones; y cuanto más puro se hace nuestro amor, tanto menos tendrá por destruir en nosotros el fuego del sufrimiento, y el sufrimiento dejará de serlo para nosotros. Se convertirá en un gozo. Con la gracia de Dios he recibido ahora esta disposición del corazón, de que nunca estoy tan feliz como cuando sufro por Jesús, al que amo con cada latido del corazón (Cfr. Diario, 302).