7 de octubre de 2021, Memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario

07 octubre 2021

Jueves, 27ª Semana del Tiempo Ordinario

Ml 3, 13-20a

Sal 1

Lc 11, 5-13

La primera lectura nos ofrece un texto del profeta Malaquías, en el que Dios reprocha con dureza a quienes le han servido esperando a cambio prosperidad y beneficios. Decepcionados, su fe se viene abajo. Elogian a quienes hacen el mal y les va bien en todo y, constatando la diferencia, lanzan implícitamente una acusación contra el Señor, que les parece injusto, porque recompensa a los malvados y no se preocupa de los sufrimientos de los buenos.

Levantáis la voz contra mí, dice el Señor. Decís: «¿En qué levantamos la voz contra ti?». En que decís: «Pura nada, el temor debido al Señor. ¿Qué sacamos con guardar sus mandatos, haciendo duelo ante el Señor del universo? Al contrario, los orgullosos son los afortunados; prosperan los malhechores, tientan a Dios y salen airosos» (Ml 3, 13-15).

El problema dramático del éxito de los impíos y de los sufrimientos de los justos aparece con frecuencia en la Biblia: pensemos en el libro de Job, pensemos en muchos salmos que presentan el triunfo de los impíos y el aparente abandono de los buenos (Salmos 36, 72, etc.). En el Salmo 72 leemos:

Celoso como estaba de los arrogantes, al ver la paz de los impíos. No, no hay congojas para ellos […], no comparten la pena de los hombres, con los humanos no son atribulados. […] ¡Así que en vano guardé el corazón puro, mis manos lavando en la inocencia, cuando era golpeado todo el día, y cada mañana sufría mi castigo!.

Malaquías establece una confrontación entre aquellos que fallan en la fidelidad y el amor, porque se escandalizan del éxito de los malvados, y los temerosos de Dios. El Señor anuncia la llegada de “un día” en el que la justicia será plenamente restablecida:

Los hombres que temen al Señor se pusieron a comentar esto entre sí. El Señor atendió y escuchó, y se escribió un libro memorial, en su presencia, en favor de los hombres que temen al Señor. Ese día que estoy preparando, dice el Señor del universo, volverán a ser propiedad mía; me compadeceré de ellos como se compadece el hombre de su hijo que lo honra. Volveréis a ver la diferencia entre el justo y el malhechor, entre el que sirve a Dios y el que no lo sirve. He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz. Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra (Ml 3, 16-20a).

El salmo responsorial no se refiere, en cambio, a “un día” escatológico, sino que afirma el valor actual del bien cumplido: en él, ya desde ahora, los buenos encuentran su alegría y son bendecidos, mientras que los malvados se dispersan como paja que el viento arrebata.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.

En el pasaje evangélico de Lucas, Jesús parece retomar la alentadora afirmación del salmo 1: “Yahveh conoce el camino de los justos”, porque nos invita a confiar plenamente en la ayuda del Padre y en su providencia. De hecho, la parábola del amigo inoportuno que, encontrándose en necesidad, va por la noche a despertar a su amigo para obtener tres panes, parece reprochar con dulzura la falta de fe de aquel que, debido a las pruebas de la vida, duda de la intervención de Dios y se desanima ante las debilidades, deficiencias y temores que salpican su existencia diaria:

Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?.

La afirmación de Jesús, “si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos […]”, atenúa las diferencias entre buenos y malos, tan inherentes a nuestros juicios humanos. Por supuesto que no las anula, porque las diferencias, obviamente, permanecen, pero nos ayuda a darnos cuenta de que “todos” somos un poco malos, “todos” mendigamos perdón y amor y “todos” necesitamos la ayuda del gran amigo que es el Padre, cuya providencia es infinita y que nos dará al Espíritu Santo, con solo pedírselo.

Ya lo recibimos en el Bautismo, pero a menudo olvidamos que se nos dio para dejarlo actuar en nosotros. La presencia del Espíritu Santo, que sostiene nuestra peregrinación terrena con sus dones, ya es un comienzo de la eternidad y hace que nuestra difícil vida en la tierra se vuelva, si no bienaventurada, al menos serena.

Olvidamos también que se nos ha dado, como madre y abogada, a la llena de gracia, aquella que ha poseído en plenitud al Espíritu Santo, la Virgen María. A ella podemos dirigir nuestras solicitudes sin temor, en cualquier ocasión.

El 7 de octubre, la Iglesia recuerda a la Bienaventurada Virgen María del Rosario. La fiesta de hoy conmemora el día en que los cristianos obtuvieron la victoria contra los turcos en Lepanto en 1571, pero en este mes de octubre, Mes Misionero por excelencia, recordamos a María, madre de la vida y de toda la creación, madre de los pueblos, sobre todo de los más pobres y olvidados. Es por eso que traemos la oración del Santo Padre Francisco, que invoca a María como Madre de la vida y Reina de la Amazonia:

Madre de la vida,

en tu seno materno se fue formando Jesús, que es el Señor de todo lo que existe.

Resucitado, Él te transformó con su luz y te hizo reina de toda la creación.

Por eso te pedimos que reines, María, en el corazón palpitante de la Amazonia.

Muéstrate como madre de todas las creaturas, en la belleza de las flores, de los ríos, del gran río que la atraviesa y de todo lo que vibra en sus selvas. Cuida con tu cariño esa explosión de hermosura.

Pide a Jesús que derrame todo su amor en los hombres y en las mujeres que allí habitan, para que sepan admirarla y cuidarla.

Haz nacer a tu hijo en sus corazones para que Él brille en la Amazonia, en sus pueblos y en sus culturas, con la luz de su Palabra, con el consuelo de su amor, con su mensaje de fraternidad y de justicia.

Que en cada Eucaristía se eleve también tanta maravilla para la gloria del Padre.

Madre, mira a los pobres de la Amazonia, porque su hogar está siendo destruido por intereses mezquinos. ¡Cuánto dolor y cuánta miseria, cuánto abandono y cuánto atropello en esta tierra bendita, desbordante de vida!

Toca la sensibilidad de los poderosos porque aunque sentimos que ya es tarde nos llamas a salvar lo que todavía vive.

Madre del corazón traspasado que sufres en tus hijos ultrajados y en la naturaleza herida, reina tú en la Amazonia junto con tu Hijo. Reina para que nadie más se sienta dueño de la obra de Dios.

En ti confiamos, Madre de la vida no nos abandones en esta hora oscura.

Amén.

(Exhortación apostólica Postsinodal Querida Amazonia del Santo Padre Francisco al pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad - 2 de febrero de 2020).