8 de octubre de 2021, Viernes, 27ª Semana del Tiempo Ordinario

08 octubre 2021

Jl 1, 13-15; 2, 1-2

Sal 9

Lc 11, 15-26

La invitación del profeta Joel a la penitencia resuena en un periodo de gran desolación: una terrible invasión de langostas está a punto de caer sobre Judea y destruir todo el país:

Tocad la trompeta en Sion, gritad en mi monte santo, se estremecen todos los habitantes del país, pues llega el Día del Señor. Sí, se acerca, día de oscuridad y negrura, día de niebla y oscuridad, como el alba, sobre los montes, avanza un gentío innumerable, poderoso como nunca lo hubo ni lo habrá tras él por generaciones (Jl 2, 1-2).

Consciente de la inminente catástrofe, el profeta Joel invita a los sacerdotes y al pueblo a un retiro penitencial, porque, aunque la desgracia viene de las manos del Todopoderoso, como castigo por los pecados, y anuncia con antelación el gran día del juicio, la penitencia y la oración pueden apaciguar la ira de Dios y hacer que tenga misericordia de su pueblo:

Vestíos de luto, haced duelo, sacerdotes, gritad, servidores del altar. Venid y pasad la noche en sacos, servidores de Dios, pues no hay en el templo de vuestro Dios ofrenda y libación. Proclamad un ayuno santo, convocad la asamblea, reunid a los jefes, a todos los habitantes del país en la casa de vuestro Dios y llamad a gritos al Señor. ¡Ay del día! Se acerca el Día del Señor, llega como ruina arrolladora (Jl 1, 13-15).

El salmo responsorial, con los versículos de la primera parte del salmo 9, hace que los creyentes ya se regocijen por la liberación del mal, por la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Dios hizo justicia de la impiedad y ha salvado a sus fieles de las insidias del maligno.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas; me alegro y exulto contigo, y toco en honor de tu nombre, oh Altísimo. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido. Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Dios está sentado por siempre en el trono que ha colocado para juzgar. Él juzgará el orbe con justicia y regirá las naciones con rectitud.

En el pasaje del evangelio de hoy, Jesús acaba de expulsar un demonio mudo. Alejándose el espíritu maligno y mudo, el poseído comienza a hablar y la admiración se apodera de la multitud. Sin embargo, de modo inmediato, aparecen sus acusadores que, forzados a constatar las maravillas que realiza, atribuyen su poder al demonio. También hay otros que, no persuadidos por sus milagros, todavía quieren ponerlo a prueba y piden una señal del cielo. Para todos tiene el Señor una respuesta clara y precisa.

Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros (Lc 11, 17-20).

Jesús no niega la potencia del Adversario, sino que afirma su supremacía sobre él:

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama (Lc 11, 21-23).

El camino de la fe y de la vida cristiana es, sin embargo, largo y accidentado: no se cree de una vez por todas, y quien ha sido liberado de los lazos de Satanás y ha puesto en orden la morada de su alma puede de nuevo recaer en una esclavitud peor que la anterior:

Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: «Volveré a mi casa de donde salí». Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio (Lc 11, 24-26).

Cristo es la única salvación, como afirma San Juan:

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo Único de Dios (Jn 3, 16-18).

En la vida del cristiano auténtico no puede haber medias tintas: un poco por acá, otro poco por allá. O eres de Cristo o eres de Satanás. O vigilas continuamente tu corazón, tus sentimientos, tus pensamientos, o fuerzas al Espíritu Santo de Dios a alejarse de tu alma, que entonces se convierte con facilidad en la morada de Satanás.

No son ciertamente las cesiones provocadas por la debilidad humana, los pequeños fallos de nuestra vida diaria lo que aleja a Dios de nuestro corazón, sino la perseverancia en la tibieza y en el pecado. La confianza humilde en la infinita bondad de Dios, la práctica frecuente de los sacramentos, la oración y las obras de misericordia son el mejor antídoto para conservar nuestra morada interior “barrida”, limpia y ordenada, lista para ser habitada por el Señor.

El Papa Francisco nos exhorta a no tener miedo a la santidad:

No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser. Depender de Él nos libera de las esclavitudes y nos lleva a reconocer nuestra propia dignidad.

Esto se refleja en santa Josefina Bakhita, quien fue «secuestrada y vendida como esclava a la tierna edad de siete años, sufrió mucho en manos de amos crueles. Pero llegó a comprender la profunda verdad de que Dios, y no el hombre, es el verdadero Señor de todo ser humano, de toda vida humana. Esta experiencia se transformó en una fuente de gran sabiduría para esta humilde hija de África». En la medida en que se santifica, cada cristiano se vuelve más fecundo para el mundo (Gaudete et exsultate, 32-33).

A continuación un texto preparado por la Pontificia Universidad Urbaniana, con la colaboración de los Institutos Misioneros, para presentar a la santa africana:

Santa Josefina Bakhita, de origen sudanés, fue raptada, vendida como esclava, liberada, se hizo cristiana y religiosa canosiana. En un encuentro de jóvenes, un estudiante de Bolonia le preguntó: ‘¿Qué haría si se encontrara con sus raptores?’. Sin dudarlo, respondió: ‘Si encontrara a aquellos negreros que me raptaron, y también a aquellos que me torturaron, me arrodillaría para besarles las manos; porque, si no hubiera ocurrido aquello, ahora no sería cristiana ni religiosa.

Siguiendo su intervención sobre el mismo argumento, no solo bendecía su providencial mediación en las manos de Dios, sino que les excusaba en estos términos:

Pobrecillos, quizá no sabían que me hacían mucho daño: eran los amos, yo era su esclava. Como nosotros estamos habituados a hacer el bien, así los negreros hacían esto, pero era su costumbre, no por malicia.

En los sufrimientos no se lamentaba, recordaba cuanto había padecido como esclava:

Entonces no conocía al Señor: he perdido tanto tiempo y tantos méritos, es necesario que los gane ahora… Si estuviera de rodillas toda la vida, no expresaría suficientemente toda mi gratitud al buen Dios.

Un sacerdote, poniéndola a prueba, le dijo. “Si nuestro Señor no la quisiese en el paraíso, ¿qué haría?”. Tranquilamente respondió:

Bien, que me ponga donde quiera. Cuando estoy con Él y donde Él quiere, estoy bien en todas partes: Él es el amo, yo soy su pobre criatura.

Otro le preguntó por su historia, Bakhita evadió su pregunta diciendo:

El Señor me ha querido tanto... debemos amar a todos... ¡debemos compadecernos! – ¿También a quien la torturó? – Pobres, no conocían al Señor.

Preguntada por la muerte, con ánimo sereno respondió:

Cuando una persona ama tanto a otra, anhela ardientemente acercarse a ella: entonces, ¿por qué tener tanto miedo a la muerte? La muerte nos lleva a Dios.

La superiora, la madre Teresa Martini, estaba agobiada por las preocupaciones. Bakhita, tranquila y digna le dijo:

Madre, ¿se sorprende de que nuestro Señor la atribule? Si no viene a nosotras con un poco de sufrimiento, ¿a quién va a acudir? ¿No hemos venido al convento para hacer lo que Él quiere? Sí, Madre, yo, pobre abuela, rezaré y mucho, pero para que se haga la voluntad de Dios.

Oración compuesta por Santa Josefina el día de su total donación a Dios, el 8 de diciembre de 1896:

Oh Señor, podría volar hasta allí, hasta mi gente y predicar con gran voz tu bondad a todos: ¡Oh, cuántas almas podría conquistarte! Entre las primeras, mi mamá, mi papá, mis hermanos, mi hermana, todavía esclava... todos, todos pobres negros de África, ¡haz, oh Jesús, que también ellos te conozcan y te amen!.

El 10 de febrero de 2019, el Santo Padre Francisco, durante la oración del Ángelus, dirigía la siguiente oración a la Santa, para que intercediera por todas las víctimas de la trata de personas:

Santa Josefina Bakhita, cuando eras una niña, te vendieron como esclava y tuviste que atravesar dificultades y sufrimientos indecibles. Una vez liberada de tu esclavitud física, encontraste la verdadera redención en el encuentro con Cristo y su Iglesia. Santa Josefina Bakhita, ayuda a todos aquellos que están atrapados en la esclavitud. En su nombre, intercede ante el Dios de la misericordia, para que las cadenas de su cautiverio se rompan.

¡Que Dios libere a todos aquellos que han sido amenazados, heridos o maltratados por la trata y el tráfico de seres humanos! Brinda alivio a quienes sobreviven a esta esclavitud y enséñales a ver a Jesús como modelo de fe y esperanza para que así puedan curar sus heridas.

Te rogamos que reces e intercedas por todos nosotros: para que no caigamos en la indiferencia, para que abramos los ojos y podamos ver la miseria y las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad y libertad y escuchar su grito de ayuda. Amén.

Santa Josefina Bakhita, ruega por nosotros.