27 de octubre - Aspectos espirituales y místicos de la obra de propagación de la fe
Cuando releemos hoy la vida de Pauline Marie Jaricot, nos damos cuenta de que muy temprano en su vida, esta joven tuvo la oportunidad de vivir en un ambiente católico donde los valores cristianos le fueron transmitidos. Ciertamente, antes de su conversión radical, le gustaba divertirse, vestirse bien y participar en reuniones sociales. A los diecisiete años conoció a Dios y se abrió a El que ahora vivirá en su corazón. Hasta ahora Él casi no hacia parte de su vida. A partir de ese momento, Jesucristo lo será todo para ella y, percibiendo la alegría de vivir de Él, entrará en una lógica misionera que nunca la abandonará.
Pauline crecerá espiritualmente, en sufrimientos y pruebas, mientras se esfuerza por conformarse en todo a la voluntad divina. ¿No experimentó un martirio de corazón, no sangriento, sino todos los días para dejar que Cristo viva en ella y en el corazón de las personas que conoció? Pauline quería que el evangelio llegara hasta los confines de la tierra; por eso quería que la obra de Propagación de la Fe apoyara a todos los misioneros. Cuando se fundó, el presidente tenía razón al decir: «somos católicos y debemos fundar algo católico, es decir algo universal. No debemos apoyar esta o aquella misión en particular, sino todas las misiones del mundo» (Mons. Cristiani y J. Servel, Marie Pauline Jaricot, op. cit., p. 39). Desde su fundación, el trabajo de la Propagación de la Fe podrá contar con la acción de un grupo de altos y ricos personajes, lo que le asegurará una solidez y un futuro que la joven Jaricot por sí sola no podría haber obtenido. La universalidad de la obra se muestra ahora claramente: ejercerá su acción en todo el mundo (Ubique per orbem).
Ya intuido en la obra de Pauline, se conserva el mecenazgo de San Francisco Javier. El 3 de mayo, día oficial de la fundación, y el 3 de diciembre, fiesta de San Francisco Javier, son celebraciones destacadas por los asociados que están invitados a una recitación diaria del Padre Nuestro y del Ave María. Pero muchas otras cosas provienen de Pauline: el centavo a la semana; recolectando por decenas, cientos y miles; el material impreso que se convertirá en los Anales; hojas de colecta (listas de la obra original); el nombre Propagación de la Fe que fue propuesto por Pauline; la invocación a San Francisco Javier; la universalidad del fin de la obra, aunque la intención y el fin último aún no fueran efectivos en la distribución de la limosna de Pauline Jaricot (ver Mons. Cristiani y J. Servel, Marie Pauline Jaricot, op. cit., p. 41). Notemos que «lo que fue capital en el evento del 3 de mayo de 1822, fue la entrada en escena y en acción de un grupo de personajes altos y ricos, lo que aseguró a la obra una solidez y un futuro que sola la joven Jaricot no hubiera podido conferir» (Mons. Cristiani y J. Servel, Marie Pauline Jaricot, op. cit., p. 42).
Si Pauline fue despedida o «expulsada» sumariamente (Mons. Cristiani y J. Servel, Marie Pauline Jaricot, op. cit., p. 52), en 1822, de la dirección de su obra, supo, de hecho, cómo desprenderse, sin mostrar ningún resentimiento, y ceñirse al modesto papel de centainière. En una «santa indiferencia» (Mons. Cristiani y J. Servel, Marie Pauline Jaricot, op. cit., p. 43), supo asumir sus responsabilidades como iniciadora o fundadora de la obra de Propagación de la Fe y ayudar a hacerla crecer. Al final, Pauline hizo un gran sacrificio, dejando su empresa misionera en manos más adecuadas que las suyas para darle un desarrollo rápido y seguro. Lo importante para Pauline es la “salvación de las almas”, el apoyo que se da a los misioneros a través de la oración, los medios económicos, pero también para suscitar vocaciones misioneras. Nunca dejó de rezar por esta Obra que puede considerarse la obra maestra de sus actividades. No ha dejado de pensar en ella, vivir y actuar para ella. La Propagación de la Fe es la expresión de la ofrenda de Pauline, como si ella misma se ofreciera como “víctima”, como si la Propagación de la Fe fuera una aplicación particular de su propósito fundamental. Su idea importante fue el apostolado universal, a través de la oración, el sacrificio y la acción…
A partir de entonces, es fácil comprender la devoción de Pauline al Sagrado Corazón: « ¡Que nuestros sentidos sean conquistados por el corazón, y nuestro corazón a su vez sea conquistado por el amor infinito de Jesucristo! Sin él, nos es imposible comprender el misterio de un Dios crucificado; sus humillaciones, sus heridas, su corona de espinas, su cruz; su aniquilación en la divina Eucaristía no adula nuestros sentidos; basta para hacernos insensibles a su amor. Por tanto, es para conquistar nuestro corazón, como a pesar de nosotros mismos, que este Dios generoso, en los últimos tiempos, nos muestra su corazón conquistado por caridad para nosotros. Quiere que su Corazón sea expuesto a nuestra veneración, para despertar nuestra sensibilidad por su ternura en oposición a nuestra indiferencia, y para confundir nuestra ingratitud con el recuerdo de sus beneficios» (Pauline Jaricot, Écrit spirituel, París, Mame, 2005, p. 101). Para Pauline, en la lógica de la obra de la Propagación de la Fe, se trata de dar a conocer al mundo entero al Dios que tanto ama, el Dios revelado en Jesucristo. Se trata de dar la luz del Evangelio y la gracia de la redención a las multitudes que aún no las han recibido. También se trata de devolverlos a quienes los perdieron. Es una ambición inmensa como la del mismo Cristo.
El amor de Cristo fue el gran manantial de la vida de Pauline, un amor descubierto gracias a la Virgen María. A través de la Obra de la Propagación de la Fe, como en la del Rosario Viviente, contempla a Jesús a través de la mirada de María. Los «pobres de María», como «Hija en el Hijo ofrecido al Padre» (Hermana Cecilia Giacovelli, Pauline Jaricot, op. cit., p. 319 y 323), como le gusta firmar, quiere dar a conocer y hacer Amar el corazón misericordioso de Cristo en todas partes. Ella es «la primera cerilla para encender el fuego», el fuego misionero, pero también el fuego del amor de Dios que debe ser contagioso. Nos invita a volvernos a Dios y ser como Jesús. «Ofrenda viva para la alabanza de su gloria». Es en la oración diaria que Pauline atrae su entusiasmo misionero y la fuerza para emprender una obra sobre las dimensiones del mundo. Su único deseo es hacer todo por la mayor gloria de Dios.
Hasta su muerte, a los sesenta y tres años, cuando atravesaba momentos muy difíciles, incluso crueles, Pauline se entregó al amor de Aquel a quien amaba “más que a nada”, con absoluta confianza. Como percibió el apóstol Pablo, ella puede decir: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). A partir de ahora, buscará transmitir la llama interior que arde en ella, un fuego de caridad, del Amor de Dios que es tan intenso que sólo puede reflejarse en el amor a los hombres, a los pobres y a los pequeños, en particular, las obreras quienes se han convertidas en sus amigas.